Nací en Madrid de los sesenta, en pleno baby boom. La llegada del hombre a la luna me pilló con pantalones cortos (aunque la vi en un viejo y pesado televisor de blanco y negro) y la ley general de educación me envió, por los pelos, a la EGB. Estudié en una universidad aún revuelta por la transición, y una traviesa inquietud interior me llevó a dedicarme en cuerpo y alma al sufrido oficio de cooperante. De aquellos días me quedaron unas cuantas arrugas, muchos amigos, el amor por la literatura hispanoamericana y una cantidad indeterminada de historias para contar.
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